Escribir
una historia de vampiros para púberes no es fácil. En la lucha
descartamos la bobería a lo Crepúsculo -Verano del 98 con colmillos- o
pavadas así. Nos alejamos de la truculencia lo más que pudimos y
pivoteamos lo meramente infantil, porque no es eso lo que buscábamos.
Queríamos algo más bien gótico, y vamos por buen camino, o eso parece.
Mareados ya, dejamos el Word y agarramos los lápices y el Photoshop, como para despejar el seso y darle el gusto a otra clase de instintos.
Serán -quieren, deben ser- tres cuentos de terror en total. Todavía no
sé de qué tratarán los otros dos. Tres pantallazos, tres imágenes que
nos acompañen mientras nos vamos quedando dormidos.
Acá, la primera
de ellas. La del cuento de vampiros que no quiere ser demasiadas cosas y
que, por el momento, se titula "Belladona".
Lo demás, el tiempo lo dirá.
Abrazos.
viernes, 21 de diciembre de 2012
jueves, 13 de diciembre de 2012
El Error
(Acá va el cuentito que les decía antes)
El error.
Había un niño. Un niño valiente.
Y había un armario.
Todas las noches, el niño apagaba la luz
para dormir y cada noche se levantaba un rato después para asegurarse de que no
hubiera nada escondido dentro del armario. Lo hacía con miedo, pero ser
valiente no significa no tener miedo, sino ser capaz de afrontarlo y vencerlo.
Y cada noche comprobaba que no había nada tras
las puertas de madera empotradas en la pared y se dormía tranquilo, satisfecho
de haberse portado como un adulto.
Los adultos no le temen a los armarios en la
oscuridad; saben que no hay nada dentro de los cajones además de ropa,
zapatos y alguna caja de cartón con las
cosas que no vale la pena mostrar, pero tampoco se deciden tirar.
Él lo revisaba cada noche, de todos modos.
Era un ritual sin el que no podía dormir.
Pero, con el tiempo, a fuerza de repetirlo
siempre, el miedo empezó a desaparecer. Los pasos lentos y cuidadosos que daba
desde la cama hasta el armario se convirtieron en pasos iguales a los que daba
cada mañana en el patio del colegio: pasos confiados, un poco apurados,
seguros.
Ya no tenía miedo. Se sentía como una
persona grande.
Una noche, apagó el velador y se envolvió
en las mantas sin molestarse en cumplir con el ritual. Se durmió enseguida,
profundamente.
Por unas horas.
Se despertó, desorientado en la oscuridad.
Asomó la cabeza sobre las sábanas y miró hacia el armario. La puerta estaba
ahí, cerrada y muda, como siempre.
Por un impulso, se levantó. A pesar de
haber pensado apenas un par de horas atrás que ya no necesitaba revisarlo, se
dirigió hasta la puerta. Una mirada más no haría daño a nadie.
Se quedó un instante de pie delante del
mueble, que le pareció enorme, mucho más grande que de costumbre. No se oía
nada dentro, como era de esperar. Abrió la puerta de un tirón.
Era un error. No era el armario. |
Nada. Como siempre.
Satisfecho una vez más, volvió a la cama.
Se sentó, y estaba por apagar la luz cuando sintió el escalofrío de una
sospecha, una sospecha tardía: Si cada noche revisaba el armario y no había
nada dentro, esperándolo, entonces... Era un error. No estaba en el armario.
La cara, flaca, con la misma blancura que
la luna de invierno, asomó bajo la cama como un juguete de resorte. La mano
huesuda y pálida se aferró a su tobillo. La enorme boca de labios morados se
estiró en una sonrisa falsa.
Le guiñó un ojo en un gesto de triunfo
diabólico y empezó a tirar de él hacia las sombras.
Había monstruos. Y me gustaba.
¿Cuál es el límite para
ciertas cosas?
Cuando decidí empezar a
escribir un libro de terror para chicos, la pregunta me pareció importantísima.
Uno, es sabido, hace lo
que le gusta. Yo decidí escribir un libro que me hubiera gustado leer de
chico... pero si no hubiera sido el chico que fui.
En casa se leía. Había
libros. No una biblioteca de caoba con miles de volúmenes encuadernados en
cuero de becerro marroquí y con las iniciales de mi padre grabadas en oro. Nada
que ver. Había Reader’s Digest mezclados con
Robin Cook, crónicas de hechos reales (me acuerdo especialmente de un libro que
narraba un experimento psico-sociológico llmadao “Maratón 16, dieciséis horas de
experiencias sensoriales”. Creo que de ese libro
aprendí lo más importante que puede aprender un escritor sobre construcción de
personajes), muchos libros de terror, Salgari, Verne, Dostoievski... Lobsang
Rampa mezclado con Thomas Mann y un toquecito de Ernest K. Gann y García
Márquez. Creo que hasta un Juan Filloy, sin
olvidarnos de unos cuantos clásicos... en fin, lo que se dice un verdadero
despelote.
Y yo leía, desde muy
chico, libros para grandes. Nunca tuve restricciones ni me dijeron que un libro
no era para mí. Si no entendía algo, preguntaba. Y me contestaban, aunque no
siempre fuera fácil.
Sí, tuve mi dosis de
infancia típica. Leí todos los cuentos de “Mi Primer Diccionario”, unos libros brasileños
fabulosos que narraban las aventuras de dos hermanitos, un burro que hablaba,
un muñeco hecho con un choclo que tenía vida propia (se llamaba Mr. Livingstone, en honor al explorador) y
una muñeca de trapo. Eran los libros más educativos que leí jamás.
Creía en Papá Noel y en
El Exorcista. Creía en la magia, en una palabra. Y hasta hoy estoy convencido
de que así es como deben crecer los niños.
No sé qué dirá un
psicólogo al respecto, pero creo que los niños que crecen creyendo que el ratón
Pérez existe pero los vampiros no, son adultos menos felices. Convencer a un
niño de que Papá Noel existe es facilísimo. Convencerlo de que no hay nada
debajo de la cama es otra cosa completamente distinta.
Uno deja de creer en las
hadas. La vida no nos da espacio para esas cosas. Hay que tener cuidado con los
estafadores y con perder el trabajo, hay que tener miedo de los delincuentes,
hay que esperar una hora después de comer antes de meterse a la pileta. Creer
en que la maravilla ocurre apenas miramos hacia otro lado, que hay cosas
inexplicables y hermosas que pueden suceder en cualquier momento y esperarlas,
acecharlas, creer en ellas... eso es para pavotes.
Esa parte nuestra se
elimina lo antes posible.
En cambio, se nos enseña
a tener miedo, sí, pero miedo de otras
cosas. Cosas importantes.
Hay un desbalance, como
verán.
El libro que he escrito para
niños o no tan niños va camino a quedar ilustrado. Estoy en eso. Y, si bien es
mucho más suave que algunas cosas que leí de chico, me parece más directo que
muchas cosas que se escriben ahora. Por eso me pregunté cuál es el límite.
No puedo entender que los
niños vean en su casa Crónica TV, pero en la escuela les obliguen a leer lo más diet que se pueda encontrar.
En las historias que he
escrito, los niños no salen bien parados. Y no hay una moralina a lo siglo XIX
que justifique esto porque les sucede a los niños malos. No. Le pasa a
cualquiera. ¿Está mal?
Yo creo que no. Es un
libro que quisiera que leyera mi hijo. Quisiera leerlo con él.
Las historias satélite
son un algo muy común en el género. Reproduciré, si el tiempo ayuda, la más
breve luego.
Toda la historia está
construída con elementos conocidos por todos, pero los niños no saben aún
(benditos, benditos ellos) lo que es un lugar común. La fiebre por lo original,
por la novedad desenfrenada y a toda costa no los ha tocado. Todo les
sorprende, todo les atrapa.
Si existe el estado de
gracia, es ése.
Y no es pereza. Es el
placer indescriptible de tener la posibilidad de mostrarle algo a alguien por
primera vez.
Escribí un libro de
terror para niños porque amo a los niños. Amo a mi niño.
Porque, después de las
historias -que son magia en palabras-, ganamos el derecho (hermoso derecho) a
usar, también, las palabras mágicas:
“No pasa nada, hijo... Acá
está papá”
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Mis inicios de cuentero
Fue hace un siglo, pero sobreviven a pesar de todo. A pesar mío, incluso.
La primera es una tapa... bueh, no es de un cuento, sino de una edición comentada de "Los Versos del Capitán", de Pablo Neruda.
La otra es para un cuento de una amigo titulado "El nido", una historia tierna y muy melancólica.
Y la última es para un relato sobre pintores: "Los Maestros", en donde el autor me pidió específicamente una ilustración que reflejara tres conceptos: La búsqueda, la relación entre pintor y modelo y "Luz natural, luz artificial y luz divina". Semejante desbole de conceptos se traduce en semejante desbole de resultado. Ahí quedan.
La primera es una tapa... bueh, no es de un cuento, sino de una edición comentada de "Los Versos del Capitán", de Pablo Neruda.
La otra es para un cuento de una amigo titulado "El nido", una historia tierna y muy melancólica.
Y la última es para un relato sobre pintores: "Los Maestros", en donde el autor me pidió específicamente una ilustración que reflejara tres conceptos: La búsqueda, la relación entre pintor y modelo y "Luz natural, luz artificial y luz divina". Semejante desbole de conceptos se traduce en semejante desbole de resultado. Ahí quedan.
Comercialmente hablando...
Este es un storyboard completo de una publicidad para EEUU. Perdón por lo tedioso de mandar el archivo enterito, pero, en fin... ya que hay maní y azúcar, hagamos garrapiñada.
Yo también fui un fanzineroso
Allá por mis veintipico de años me prendí en un fanzine con mi entrañabilísimo amigo Hernán Paterno. En aquel momento no era un gran entusiasta del metal pero, como no me pidió que compusiera sino que dibujara, allá fui, seducido por la libertad estética y la oscuridad.
Creo que Trono Oculto sacó tres o cuatro números, de los cuales no conservo ninguno. Sí tengo los recuerdos de haber trabajado con un amigo de verdad y uno de los diseñadores gráficos más talentosos que haya conocido jamás.
Tengo otros recuerdos, como cuando el líder de una secta en Brasil se puso en contacto con nosotros porque entendió los "mensajes ocultos" que subyacían en mis dibujos y sus notas a bandas noruegas impronunciables (reportajes, noten, que obtenía muchas veces por carta. Sí, cartas, señores).
Hoy, Hernán Paterno ya no está. Yo todavía lo extraño. A veces, sueño que todavía vive.
Le hablaré de él a mi hijo, que también se llama Hernán y no es coincidencia.
Estas eran las cosas que hacíamos cuando estábamos verdes y amargos.
Seguro él también se acuerda, ahí donde esté.
Creo que Trono Oculto sacó tres o cuatro números, de los cuales no conservo ninguno. Sí tengo los recuerdos de haber trabajado con un amigo de verdad y uno de los diseñadores gráficos más talentosos que haya conocido jamás.
Tengo otros recuerdos, como cuando el líder de una secta en Brasil se puso en contacto con nosotros porque entendió los "mensajes ocultos" que subyacían en mis dibujos y sus notas a bandas noruegas impronunciables (reportajes, noten, que obtenía muchas veces por carta. Sí, cartas, señores).
Hoy, Hernán Paterno ya no está. Yo todavía lo extraño. A veces, sueño que todavía vive.
Le hablaré de él a mi hijo, que también se llama Hernán y no es coincidencia.
Estas eran las cosas que hacíamos cuando estábamos verdes y amargos.
Seguro él también se acuerda, ahí donde esté.
Reciclado de Ideas
Rescatando una antigualla hecha con bolígrafo hace añares. Me gustó como idea, así que al escaner, a corregir los fallos más flagrantes y a Photoshopear se ha dicho. Con una última manito (pulido de bordes, reorganizar el berenjenal de capas en el que siempre me meto y alguna otra cosita) ya queda listo para imprimirse en unos calzoncillos, como está de moda.
La Boceteada
Es inevitable. Empezó hace años y años con un simple "a mí me gusta dibujar". Y a todos nos pasa lo mismo: un minuto de ocio y ya estamos agarrando un papelito y tratando de hacer magia. Es hora de que se sepa que esa magia no resulta casi nunca más allá de "eso" que se siente cuando en una hoja de papel aparece algo que antes no existía, ni acá ni en ninguna parte. Eso alcanza para mantenerte entretenido un buen rato. Toda una vida, ponele.
viernes, 7 de diciembre de 2012
Joker/ Speed Painting. Tiempo real: 04:16 aprox
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