jueves, 13 de diciembre de 2012

El Error



(Acá va el cuentito que les decía antes)

El error.

Había un niño. Un niño valiente.
Y había un armario.
Todas las noches, el niño apagaba la luz para dormir y cada noche se levantaba un rato después para asegurarse de que no hubiera nada escondido dentro del armario. Lo hacía con miedo, pero ser valiente no significa no tener miedo, sino ser capaz de afrontarlo y vencerlo.
Y cada noche comprobaba que no había nada tras las puertas de madera empotradas en la pared y se dormía tranquilo, satisfecho de haberse portado como un adulto.
Los adultos no le temen a los armarios en la oscuridad; saben que no hay nada dentro de los cajones además de ropa, zapatos  y alguna caja de cartón con las cosas que no vale la pena mostrar, pero tampoco se deciden tirar.
Él lo revisaba cada noche, de todos modos.
Era un ritual sin el que no podía dormir.
Pero, con el tiempo, a fuerza de repetirlo siempre, el miedo empezó a desaparecer. Los pasos lentos y cuidadosos que daba desde la cama hasta el armario se convirtieron en pasos iguales a los que daba cada mañana en el patio del colegio: pasos confiados, un poco apurados, seguros.
Ya no tenía miedo. Se sentía como una persona grande.
Una noche, apagó el velador y se envolvió en las mantas sin molestarse en cumplir con el ritual. Se durmió enseguida, profundamente.
Por unas horas.
Se despertó, desorientado en la oscuridad. Asomó la cabeza sobre las sábanas y miró hacia el armario. La puerta estaba ahí, cerrada y muda, como siempre.
Por un impulso, se levantó. A pesar de haber pensado apenas un par de horas atrás que ya no necesitaba revisarlo, se dirigió hasta la puerta. Una mirada más no haría daño a nadie.
Se quedó un instante de pie delante del mueble, que le pareció enorme, mucho más grande que de costumbre. No se oía nada dentro, como era de esperar. Abrió la puerta de un tirón.
Era un error. No era el armario.
Nada. Como siempre.
Satisfecho una vez más, volvió a la cama. Se sentó, y estaba por apagar la luz cuando sintió el escalofrío de una sospecha, una sospecha tardía: Si cada noche revisaba el armario y no había nada dentro, esperándolo, entonces... Era un error. No estaba en el armario.
La cara, flaca, con la misma blancura que la luna de invierno, asomó bajo la cama como un juguete de resorte. La mano huesuda y pálida se aferró a su tobillo. La enorme boca de labios morados se estiró en una sonrisa falsa.
Le guiñó un ojo en un gesto de triunfo diabólico y empezó a tirar de él hacia las sombras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario